viernes, 24 de septiembre de 2010

La Noche de la Efeméride

La tormenta de aquel día jueves los había castigado con increíble persistencia y ferocidad. La secuela del tremendo desgaste físico y mental que ésta infligiera en la ya menguada moral de la tripulación, era fácilmente notable a simple vista. Los hombres estaban al límite de lo que eran capaces de soportar. Las riñas por cualquier motivo eran cada vez mas frecuentes y violentas en el reducido, viciado ambiente de la nave.
La preocupante mengua en la ración de alimentos era otro sólido causal de gran ansiedad entre los extenuados marineros. La completa incertidumbre de su destino final y el desconocimiento del tiempo que les llevaría alcanzarlo, les estaba carcomiendo la razón y las pocas trazas de urbanidad que aún les quedaba a pasos agigantados. La desesperación no obedecía a reglas de convivencia, y algunos hombres eran exaltados por ella en mayor grado que otros, tornándolos insubordinados y hostiles. En los últimos días, ya se habían producido intentos de amotinamiento, pero la mano férrea, los argumentos de persuación y el liderazgo del almirante, secundado por sus lugartenientes, disuadieron a los rebeldes de elegir el caos de la sublevación, que ciertamente no iba a aportarles nada que mitigara la gravedad de la situación y, en cambio, les aseguraría un desenlace fatal con toda probabilidad.
Por todo aquello, don Cristóbal bendijo interiormente con manifiesto énfasis el amaine de aquella tempestad, casi tan súbito como su aparición, que le permitió dar descanso a sus hombres, mientras el postergaba su propia tregua, a fin de ordenar sus pensamientos y ponderar la complicada realidad de la expedición.
Muchas veces había revisado sus cálculos y estaba convencido que el curso que seguían era el correcto. No haría alteraciones en ese aspecto. Retornar era imposible, pués aún restringiendo las provisiones al máximo, con suerte tendrían víveres para tres o cuatro días más. Así, sólo le quedaba esperar con auténtico fervor, que la distancia que lo separaba de su pronosticada meta, no fuese mayor que la endeble paciencia de su tripulación.
Tan absorto se hallaba el marino en sus cavilaciones, que no se percató del brusco giro experimentado por las condiciones del tiempo. La calma que seguía a la tormenta era tan acentuada que se le antojaba irreal. Recién entonces, notó la ausencia casi total de los habituales cimbronazos del barco contra las olas. Se acercó a la proa y respiró profundamente el aire salobre del mar. Escudriñó en la insondable lejanía los confines de aquel panorama, ahora desdibujado por las sombras de la noche, y por un brevísimo instante le pareció ver el débil brillo de una luz muy remota. Volvió a fijar su vista cansada en la misma dirección por un buen rato, pero esta vez no pudo distinguir nada fuera de lo común. Supuso que la ansiedad buscaba cierto alivio jugando cruelmente con sus sentidos. Suspiró apesadumbrado y se contentó con admirar la sublime vista a su alrededor.
Muy pocas veces, en sus tantos años de marino, el almirante había tenido la oportunidad de presenciar un espectáculo tan sereno y apacible como el que esa noche le ofrecía con tanta generosidad. Era una ocurrencia completamente inusual para el sitio donde se hallaba, un lugar en medio del océano, cuya vastedad ningún ser viviente conocía aún con exactitud.
El incompleto disco lunar en su cuarto menguante, se reflejaba en el agua mansa con tal fidelidad y nitidez, que daba al abservador la rara sensación de estar presenciando dos lunas gemelas enfrentadas. La luz que de ella emanaba, platinaba la tersa superficie del agua y bañaba la cubierta del navío con un resplandor metálico, casi de diurna claridad. El velamen, desprovisto por el momento de vida, yacía flaccido, indolente, pendiendo de sus ataduras con aspecto blanquecino y fantasmal.
Le resultaba difícil adivinar la hora, pero calculaba que era muy tarde, pasada la media noche. La temperatura, a pesar de la ausencia de brisa marina, era lo bastante fría como para hacerlo estremecer ligeramente. Se caló el gorro hasta cubrir completamente las orejas, se ajustó un poco más el cuello del abrigo y cruzó los brazos metiendo las manos bajo las axilas, mientras exalaba un vaho neblinoso al ritmo de su queda respiración; siempre contemplando pensativamente el majestuoso horizonte, donde agua y cielo se fundían en una penumbra que diluía totalmente cualquier delimitación.
El resto de la tripulación, a excepción del discreto timonel y el vigía en el carajo, gozaba de un descanso tan desacostumbrado como profundo, y el almirante reclamaba para sí el pleno disfrute de ese raro momento de quietud y soledad. Al espléndido panorama, se añadía un cadencioso, lento vaivén de la cubierta bajo sus pies, acompasado por un tenue quejido de tablones, que delataba a quien lo supiera escuchar, una tácita muestra de fragilidad en la estructura de la nave.
Continuó desechando su propia necesidad de dormir y su cansancio en favor de tiempo para reflexionar, queriendo sacar provecho de aquella ocasión casi ideal. Entonces, gravemente, comprendió la aterradora insignificancia de todo su pertrecho naval de vanguardia, ante la magnitud de aquella formidable fuerza natural, ahora en reposo, rindiéndose ante el convencimiento, fuera de cualquier duda, de que el éxito de su misión iba a depender muy poco de su pericia como navegante, su probado coraje o el buen rendimiento de sus barcos, y mucho de la bondad en el comportamiento de los elementos.
Volvió la cabeza hacia popa y allí pudo ver la extensa estela de blanca espuma que su embarcación dejaba tras de sí, en un oleaje de ondulaciones levemente perceptibles. Más allá, a buena distancia, pudo apenas distinguir los sombríos contornos de los otros dos navíos que lo seguían. En ese instante deseó, sabiendo que era algo imposible, que todas las noches fueran como aquella, y sonrió para sí, complaciente, con un dejo de cinismo. En el punto de la travesía en que se hallaba, ya no habría marcha atrás a menos que tocasen tierra firme. Debía afrontar lo que el destino quisiera reservarle en ese incierto periplo en que se había aventurado, contando con sus mejores recursos humanos, que intuía cada vez más vulnerables, y el inmenso favor de Dios, a quien se encomendaba debotamente cada nuevo día.
Lejos quedaba la seguridad y el aplomo con que había promocionado su expedición para conseguir patrocinio económico, primero ante Juan II de Portugal, quien ingenuamente declinara su proposición, y después ante la reina Isabel I de España, la que luego de una breve ponderación de factibilidad con su esposo, el rey Fernando II, comprendió, con mente práctica, que la corona tenía muy poco que perder y mucho que ganar si las palabras del osado almirante, acerca de encontrar una ruta de navegación directa a oriente, llevaban algo de verdad. Así, el ambicioso proyecto que el navegante había planeado con tanto entusiasmo, dió un importante paso hacia su materialización, cuando en Granada fueron firmadas las Capitulaciones de Santa Fe, llegándose a un acuerdo por el cual contaría con el apoyo oficial de la corona, más nominal que monetario, para la realización del magno emprendimiento.
Pero ahora, en el desamparo de alta mar, ningún personaje de la corte estaría presente para asistirlo en caso de apuros. Sólo contaba con sus conocimientos, sus suposiciones y con el servicio de un puñado de hombres sedientos de aventura y lucro, que no habían vacilado en dejarlo todo atrás, en pos de una ambición puramente material.
Sumido completamente en sus pensamientos, reconoció que una de las verdaderas razones que lo impulsaron a intentar llevar a cabo esta empresa, era la posibilidad de fabulosas ganacias y prestigio. Sabiendo que si lograba coronarla exitosamente, no habría forma de predecir hasta que punto su fama y su fortuna se multiplicarían exponencialmente cuando las noticias se propagasen por Europa. Pero también era cierto que pretendía demostrar de una buena vez, en forma contundente, que la Tierra era redonda y no plana, como algunos conservadores, ignorantes y obstinados todavía sostenían.
Una brisa muy suave se hizo sentir a sus espaldas. Automáticamente, alzó la vista hacia la arboladura para ver como las velas comenzaban a hincharse gradualmente. En los minutos que siguieron, la corriente de aire fue incrementándose poco a poco, hasta alcanzar la intensidad de un saludable viento de popa que fue imprimiendo velocidad al perezoso navegar de la embarcación.
Don Cristóbal, totalmente exhausto, pero por alguna razón obstinado en permanecer en cubierta un tiempo más, se recostó provisoriamente sobre un raído arcón depositario de jarcias y estrinques.
Sin duda, debió haberse quedado momentáneamente dormido, porque cuando volvió a la conciencia, sobresaltado por los eufóricos gritos proferidos por Rodrigo desde su canasto de observación en el extremo del palo mayor, no fue capaz, por unos instantes, de discernir entre sueño y vigilia, deseo y realidad, como tampoco supo si reir o llorar.

-¡Tierra...! ¡Tierra...! - se desgañitaba el vigía, con su rostro demudado por la agitación - ¡¡¡Tierra a la vista...!!!

Rato después del amanecer, con las naves ya recaladas a corta distacia una de otra y mientras se ultimaban los preparativos para despachar un contingente que iría a explorar la frondosa costa, ahora tan cercana, el almirante, anteponiendo los deberes de su cargo a sus tumultuosas emociones, con su necesidad de sueño completamente olvidada y el pulso aún temblándole por la excitación, anotaría en su cuaderno de bitácora que el avistamiento de la nueva tierra se había llevado a cabo el día viernes, 12 de Octubre del año del Señor de 1492, a las 2.05 horas de la madrugada, de acuerdo a lo previsto y anticipado por ese servidor a Sus Majestades Reales.

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martes, 31 de agosto de 2010

Mis Plumas

De una pluma son los versos a mi novia la primera
que con inmensa ilusión, escribí en la primavera
de otra pluma apareció para mi maestra un canto
que como segunda madre, me toleró y quiso tanto

Una pluma diferente describió mi amor sincero
a quien regalé mi vida, con dedicación y esmero
otra nueva pluma usé cuando nació el primer hijo
ya en nuestra propia casa y con buen empleo fijo

Otra más cuando el retoño trajo a casa su diploma
y en la fecha de su boda, entre baile, risa y bromas
también al llegar el nieto, puro orgullo de su abuelo
y alguna que otra en adioses, para mitigar el duelo

Así plumas fui gastando con sucesos que han pasado
cuando quise darme cuenta, la última ya había usado
con esto tengo el temor, por ser viejo y desplumado
de que me hagan puchero, como buen pollo pelado!

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Ellos y Nosotros

Juro que este escrito no tiene ni pretende ninguna connotación política, pués personalmente desprecio la política y más que nada, a los políticos. Sólo busca en forma limitada y precaria, poder llegar a entender el cisma social que separa y enfrenta a los habitantes de mi tierra. Fenómeno para casi todos inexplicable, absurdo e injustificable bajo cualquier punto de vista (realidad). Lo juro solemnemente por las cenizas de mi abuelo, que no sé como murió y a quien nunca conocí, pero que por haber abandonado a mi abuela embarazada del quinto crío, debería haberse prendido fuego, el muy cretino (ficción).
Yo no sé cuando fué que todo esto empezó a suceder. No me percaté del momento justo. O quizás sí, y me hice el tonto, no sé. Los mecanismos de autodefensa son tan efectivos... Por algo estamos en la cima de la cadena evolutiva, ¿no?
La cuestión es que aquí un día casi dejamos de ser ricos y pobres, empresarios y obreros, altos y petizos, casados y solteros para borrar todas estas diferencias triviales y pasar a ser simplemente Ellos y Nosotros.
Estas líneas no pretenden ni quieren condenar a nadie, menos aún tomar partido. Sólo tratan de entrever la punta de la madeja, pués sin pretención alguna, tengo la necesidad de saber.
Es bastante aparente que en alguna parte del camino Ellos se hartaron del nivel de nulidad al que nacieron condenados o quizás se vieron totalmente desbordados por la catarata de situaciones en su contra: Haber nacido en la pobreza más abyecta, donde un preservativo se desdeña o es muy caro, de padres totalmente desesperanzados que nunca los desearon, pero que no pudieron claudicar también el sexo, porque es una de las poquísimas cosas placenteras que la vida no les niega. Criarse a la buena de Dios, sin el amor de nadie y con el desprecio y el rechazo de muchos. Con sólo el brutal apoyo mútuo de su misma casta de parias, donde los quince o veinte minutos diarios de bienestar mental los provee un pegamento. Sin un sistema social que llegase a prever y detener esta situación, y al que le importa un carajo el mejoramiento del bienestar de nadie, menos aún de Ellos. Sin educación de ninguna clase, cuando la calle es lo único que necesitan para volar o estrellarse, porque cuanto más ignorantes y brutos, más fáciles de embaucar. Y sin trabajo, pués la sola mención del domicilio, si existiese, es causa suficiente para el rechazo de cualquier empleador con una mueca de disgusto.
Así las cosas, no sorprende que la gran mayoría optara por lo más fácil, lo más directo o lo único que supieron hacer para sentirse de alguna forma reconocidos, aunque fuese por lo malo, pero reconocidos al fin: Considerar a todo aquel que no fuese de Ellos, o sea Nosotros, como un enemigo odiado y objetivo para los más terribles vandalismos.
En la vereda de enfrente Nosotros, los suertudos biennacidos con padres que se tomaron el trabajo de criarnos, que fuimos a la escuela con guardapolvo blanco, que tuvimos abuelas sobreprotectoras y tías adulonas, que comíamos al menos dos veces al día, teníamos juguetes y podíamos dormir en camas mullidas y calentitas, mientras que Ellos estaban amontonados de a seis por habitación, con sus sueños infantiles permanentemente interrumpidos por una gotera, frío o calor intensos, insectos, hambre, olores feos, un codo, un pié o los indisimulados jadeos de gente haciendo más gente.
Siempre hubo algunos de Ellos que trataron y tratan de salir de su monumental desventaja a fuerza de pulmón y sacrificio, con trabajo duro y estudio. Los más resueltos y tozudos lo logran, otros quedan en el camino y se abandonan al menor y más remunerativo esfuerzo de tomar por la fuerza aquello que necesitan o desean.
Nosotros, los que debemos atrincherarnos en nuestras casas, con rejas y barrotes para protección. Que seguimos trabajando duro, aunque cada vez debamos laborar más para tener menos. Que estudiamos carreras universitarias a sabiendas que con ellas quizás no lleguemos a ganarnos la vida, pero tendremos un diploma colgado de la pared para orgullo de papá y mamá. Que tenemos que planear de antemano el itinerario de nuestras salidas, porque hay muchas calles, barrios y zonas que deben ser evitadas si uno quiere regresar vivo al hogar. Que debemos observar un toque de queda implícito, porque salir después de cierta hora por la noche es temerario. Y conduciendo un automóvil, peor aún. Que tenemos alarmas o perros guardianes para protejer los fondos, y que aprendimos a caminar casi sin pertenencias y sin distraernos, mirando sospechosamente para todos lados para evitar los zarpazos sorpresivos. Que hablamos, debatimos, discutimos y nos quejamos constantemente de esta terrible guerra no declarada, sin que podamos o sepamos cambiar nunca nada. Que muchas veces pensamos en armarnos, para al menos tener la posibilidad de defendernos como en una jungla donde no hay chance de cohabitación. Donde no puede haber Ellos y Nosotros, sino Ellos o Nosotros.
Y en todo este caos social hay gente como la clase dirigente, política y sindical, que sólo sigue pensando en salvarse a sí misma, cerrando los ojos a todo lo que no sea su angurriento bienestar. Que sigue robando los dineros que desde mucho tiempo atrás deberían haberse utilizado para evitar este abandono absoluto. Para arreglar las calles destruídas, para mantener hospitales y escuelas ya casi inoperantes, para cambiar la limosna que cobran los más viejos por una jubilación, para tener una fuerza policial preparada, servicial y protectora en lugar de vegetales uniformados, para empezar a revertir lo que para muchos ya es casi irreversible, pués se han pasado toda la vida esperando, esperando una luz en vano...
Duele mucho este intento de análisis. Sentirse parte de uno u otro bando gracias a la lotería del nacimiento. Pensar de esa forma divisiva: Ellos y Nosotros.
Duele mucho ver como cada uno quiere salvar lo suyo, abandonando todo intento de esfuerzo común, por haber sido timado tantas veces.
Duele mucho no tener un referente a quien admirar o imitar. Un modelo a seguir, cuando se convive con la inoperancia, la inmadurez, el capricho y la persistencia enfermiza de las nimiedades institucionales a todo nivel.
¡Que lástima que seamos Ellos y Nosotros y hayamos dejado de ser argentinos!

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miércoles, 25 de agosto de 2010

Tribulaciones de un Rico

En medio del vasto mar, contemplando el plenilunio
medito con amargura sobre el vaivén de la suerte
ayer la gran opulencia, hoy la danza con la muerte
en este oleaje perpetuo, que recuerda mi infortunio

Lo súbito de este cambio, se me antoja muy canalla
una burla de mal gusto, gastada con cruel esmero
que involucra inoperancia de un mediocre cocinero
quien preparando la cena, olvidó apagar la hornalla

Adiós yate, invitados, y por la impresión, mi habla
como náufrago aquí estoy, con maltrecho corazón
si esa aleta que circunda, como pienso, es tiburón
será mejor que me suba con todo el cuerpo a la tabla

Que me sirva de lección, por haber sido amarrete
cuando contrate otro chef, que sea de vieja escuela
si no hubiera disponible, traer entonces a la abuela
que aparte de ser prudente, cocina de rechupete!

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lunes, 9 de agosto de 2010

Génesis

Abro los ojos parpadeando aletargado. Me siento extrañamente invadido por cierto desconcierto y desorientación. No sé adonde estoy. Pero algo muy profundo me permite intuir que la mía, no es una experiencia fuera de lo común; que hay otros seres que despiertan con esa incómoda impresión de no saber con certeza en donde se hallan.
Todo está oscuro, muy oscuro. Sin embargo, no tengo miedo. El sonido acompasado, armonioso y regular de un tambor distante, me brinda la seguridad de saber que no estoy solo. Siento una tibieza sumamente agradable a mi alrededor y una hermosa sensación de ingravidez que amortigua quedamente todos mis movimientos.
No puedo comparar esta situación con nada anterior, porque me siento totalmente falto de recuerdos y vivencias. No sólo desconozco adonde estoy, sino que tampoco sé quien soy. Eso me inquieta y produce una leve mella de irritabilidad en mi bienestar. Mi sentir, acerca de cualquier alteración a mi situación es confuso y ambivalente. Por un lado, anhelo un cambio que ayude a descorrer el velo de mis incipientes dudas, para que me permita aprender, al menos, las más elementales nociones sobre mi mismo y el ambiente que me rodea. Por otro, quiero permanecer como estoy, adonde estoy, sin ninguna prisa, para aceptar que la maduración del tiempo haga su trabajo natural, permitiéndome conocer lo que deseo a su debido tiempo.
Los sonidos que llegan a mis oídos son de una laxa liquidez. Percibo corrientes dóciles que van y vienen, atenuándolo todo con una apacible mínima turbulencia de oleaje contenido. Y por sobre el sereno encanto de este flujo embriagador, el lejano y parejo sonido constante del tambor, cuyo ritmo se acelera o aminora, al compás del discurrir de la suave marea.
Ahora mis ojos estan abiertos de par en par. Mis pupilas dilatadas al máximo. Distingo una tenue luminiscencia difusa en las sombras que me envuelven, pero sigo sin reconocer nada a mi alrededor. Porque también mis movimientos están muy limitados, aunque a veces, por alguna razón, son ligeramente espasmódicos. Pero la constante dominante de este lugar es la paz, la quietud y la ausencia absoluta de necesidades. Me siento amorosamente protegido y eso es lo que nutre a mi paciencia y mi sosiego.
Siento sueño otra vez. Se me van cerrando los párpados y de muy buena gana me abandono al embotamiento progresivo de mis sentidos. Me dejo ir, flotar, sin ofrecer la más mínima resistencia, que, por algún ignoto discernimiento visceral, reconozco inútil. Me inunda la tolerancia, la permisividad que consiente que las cosas sean lo que deben ser.
Esa sabiduria ancestral, que parece estar omnipresente en cada molécula de este entorno, me indica no luchar contra lo que no se puede, lo que ya esta establecido y ha de ser, de una forma u otra. Parece asimismo señalarme, que sería muy práctico e infinitamente menos traumático, mantener una filosofía similar en el futuro, hasta el final. Lo que sea que esto signifique.
Se dibuja una leve sonrisa en mi rostro adormilado y satisfecho. Me llevo el pulgar a la boca, no por necesidad, sino por indulgencia hacia el placer que esto me provoca. Dejo que mi madre y tal vez una entidad superior, velen por mí hasta que sea mi momento de nacer...

Para Isidro


P.D.: Diario La Razón, Buenos Aires, domingo 7 de agosto del 2010. “La muerte de Isidro, el bebé de Carolina Píparo -la embarazada baleada por motochorros en la salidera bancaria de La Plata-, le impuso un inédito vuelco a la causa con la resolución adoptada por el juez, César Melazo, que cambió la carátula del caso, de [tentativa de homicidio] a [homicidio]. Con esta medida, al aceptar lo solicitado por el fiscal Marcelo Romero y la familia de la víctima, los seis detenidos pueden recibir la pena máxima de reclusión perpetua.”

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domingo, 18 de julio de 2010

La Verdadera Cosecha de Fermín

Don Fermín se paró solemnemente frente a la cómoda del dormitorio. A pesar de conocer de memoria como debía hacerse el nudo de la corbata, era incapaz de llevarlo a cabo con éxito si no se guiaba por su propia imágen reflejada en el espejo.
Luego de completar la tarea a su plena satisfacción, pudo entonces relajar un poco su concentrada atención para reparar en el resto de la visión que el vidrio le devolvía. Nunca pudo evitar sentirse ridículo en un traje. No era su estilo de indumentaria y jamás lo sería. Aunque debía ser justo consigo mismo y reconocer que había algo de cierto en lo que sus hijas a menudo le decían, respecto a que aún era poseedor de una gran elegancia, a pesar del anticuado corte de su saco.
Pero ese no era un día para preocuparse por esos frívolos detalles. Fermín ya había tenido su cuota de muchas jornadas durísimas, entremezcladas con otras muy felices, como ésta, a lo largo de su vida como campesino en este nuevo país. Pero ese de ninguna manera era su día, sino el de su nieta Mercedes, quien sería la primera en la historia de la familia en obtener un título universitario. Y con honores.
En su fuero interno, Fermín sabía que habían hecho un buen trabajo, con su difunta querida esposa, tanto en su parcela de campo como en la crianza de sus hijos. Lograron sembrar en ellos la semilla de la dedicación al trabajo arduo para alcanzar metas importantes en sus vidas. La regaron, no sólo con palabras, pero con un notable buen ejemplo diario, y vaya si había germinado bien. Se había transformado en una saludable planta, que ahora les obsequiaba con la dulce realidad del primer fruto.
Una solitaria lágrima redonda se deslizó por su áspera mejilla al abrirse de repente la compuerta de los recuerdos en su mente. Se apuró a secarla con su pañuelo, pués no quería que nadie lo viese asi, presa de la nostalgia, en ese alegre día de celebración.
Se esforzó por espantar los fantasmas, cada vez más recurrentes, de sus pensamientos. Nada del pasado podría contaminar ese magnífico presente. Tenía que concentrarse en él, y, si era capaz, de vislumbrar un futuro seguramente brillante para su descendencia. Ensayó una amplia sonrisa y su alma se lo agradeció inmediatamente.
Miró su viejo reloj pulsera y con sorpresa vió que ya casi era la hora de partir para la ceremonia. Su hija mayor, la madre de Mercedes, lo llamaría en cualquier momento para emprender el viaje a la universidad. Entonces, sintió otra vez esa espantosa punzada en el lado izquierdo de su pecho. Se dobló por su intensidad y la inoportuna sorpresa, pero en seguida hundió la mano en uno de sus bolsillos y sacó una diminuta pastilla de nitroglicerina que puso rápidamente bajo la lengua. Unos segundos después, ya se sentía mejor.
Nadie sabía de la dolencia que lo aquejaba desde unos meses atrás. Nadie tenía porque saber. Cada uno ya tenía sus propias preocupaciones. La vida como inmigrante le enseñó a ser duro y tenaz, a tragar saliva en los momentos difíciles y seguir siempre hacia adelante.
Había comprendido desde muy temprano que una generación no era tiempo suficiente para disfrutar plenamente de lo sembrado. Eso le correspondía a los hijos y más probablemente a los nietos. El y su mujer sólo habían sido los sólidos cimientos sobre los que empezaron a construir un futuro mejor para los que vendrían, quienes tendrían a su cargo el cuidado de todo lo obtenido a puro sacrificio, pero con mejores herramientas y conocimientos, con más educación.
La nerviosa voz de su hija llamándolo desde el living, lo sacó abruptamente de sus cavilaciones. Con las palmas de las manos alisó apresuradamente sus pantalones, puso con prolijidad el pañuelo blanco en el bolsillo superior del saco, tomó su bastón y se encaminó con actitud orgullosa a compartir esa tan esperada velada de merecido festejo familiar.
La verdadera cosecha estaba por comenzar.

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La Patriada de Fierro

Este relato se refiere a los años que el gaucho Martin Fierro pasó sirviendo en la frontera, durante la guerra contra el indio (y muy probablemente, la india también)


Aquel era un tiempo duro
sin ley pero con violencia
en que el blanco con su cencia
y el indio con rebeldía
se topaban día a día
disputándose querencia

Salir en grupos pequeños
de patrulla era aventura
salir solo era locura
de una mente desquiciada
que sólo la milicada
confundía con bravura

El día que nos atañe
el diablo metió la cola
al peligro no dió bola
y después de la requisa
salió el criollo hacha y tiza
hacia el campo‘e la Bartola

Pero a dos leguas escasas
en la loma vio un vigía
y entendió que compañía
no le habría de faltar
el bombero iba a avisar
sobre el pucho a su jauría

Se hallaba Fierro en apuros
hostigado por la indiada
la planicie no ayudaba
no había donde esconderse
ni cueva en la que meterse
pa’ cuerpiar esa patriada

Los crinudos del malón
presagiando una matanza
acariciaban la lanza
y apuraban sus monturas
con vaivenes de cintura
y taloneo en la panza

Y a punto de enfrentamiento
sin otra que hacerse fuerte
Fierro pensó en su muerte
como el mejor desenlace
pués cautivo del salvaje
era la pior de las suertes

Y asi fué que desmontando
peló el facón apurado
miró para todos lados
y quedó tenso, esperando
su alma propia ‘e gendarme
se abrió por solo un segundo
saliéndole ‘e lo profundo
“¿y ahora quien podrá ayudarme?”
pasó pués lo inesperado
porque alguien contestó
y ese alguien gritó “¡yo,
el Chapulín Colorado!”

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