Cuando el porteño Carlitos murió, crepó, espichó, se olvidó de respirar, o simplemente cagó fuego, por supuesto de un infarto, como no podía ser de otra manera con la alimentación carnívora que había seguido por años y años, se elevó a los cielos con cierta dificultad porque hasta el alma tenía gorda.
Llegó a las puertas del paraíso malhumorado por el esfuerzo espiritual y enseguida empezó a putear por lo bajo al ver la fila de almas que había para la Evaluación Final. Se quejó con los que estaban adelante de él y los que venían llegando detrás. Que cómo tratándose del paraíso y con el gentío que se estaba juntando, tenían sólo un Evaluador. Era una falta de respeto para todos los presentes, que aparte de ser finados recientes, sentirse medio aturdidos por la sorpresa y encima estar en pelotas, todavía tenían que esperar de pie a que les tocara el turno para la Entrevista. ¿No les parecía a todos que había que exigir hablar con un supervisor?
Discretamente, un viejito que parecía italiano, le señaló que allí no había supervisor, que estaban a las puertas del paraíso y que el que estaba más adelante haciendo las preguntas era realmente Dios en persona.
Superado por el sólido argumento del anciano, Carlitos sólo atinó a decir, sacudiendo la cabeza incrédulo pero aún disgustado:
- ¡La pucha...! - Pero reponiéndose en seguida, agregó - Igual me parece que esto es un quilombo. ¡Estamos en el cielo, che!
Luego de unos segundos, donde pareció acatar el profundo silencio que prevalecía en la larga fila que marchaba lenta y pacientemente, empezó a mirar inquieto hacia uno y otro lado para ver si encontraba a alguien un poco más receptivo con quien charlar un rato. Una docena de almas más adelante, creyó reconocer a un compatriota por la forma descarada en que éste le miraba la cola a una brasilera que tenía adelante, meneando la cabeza y mordiéndose impotente el labio inferior.
- ¡Flaco! - Llamó ante la mirada incrédula de las almas vecinas - Vos tenés cara de tanguero atorrante. ¿Sos porteño? - Le preguntó mientras adelantaba su posición en la fila, para ponerse al lado del otro y de paso ganarse unos espacios.
El aludido lo miró con sorpresa y enseguida esbozó una amplia sonrisa, respondiendo:
- ¡Bingo! De Boedo. ¿ Y vos?
- De La Boca, pero criado en Barracas. Che, acá Carlitos - Se presentó, para agregar después de una breve pausa - Infarto... - Y señaló su pecho con el dedo, a modo de explicación - ¿Tu gracia...?
- Pelusa, por Maradona. ¿Viste? Yo también llegué a moverla lindo allá abajo. Por acá muerte natural viejo... - Afirmó el otro seriamente.
Carlitos lo miró de arriba abajo, incrédulo ante la aparente saludable imágen que Pelusa presentaba y le preguntó desconfiado:
- ¿Muerte natural? ¿No eras muy pendejo para eso?
A lo que el otro, sumamente divertido por su propia gracia, le respondió risueño:
- ¡Siete puñaladas en un afano! - Y agregó, doblándose de la risa - ¿No era natural que muriera... ajjjajaja?
Festejaron la broma ruidosamente unos momentos y luego Pelusa, recomponiéndose, reflexionó de golpe con seriedad:
- Che, que pedazo de embole que es esto. ¡Qué lentejas son mama mía! ¿No habrá algún tira conocido con quien se pueda acelerar el trámite?
- Hmmm..., no creo - Explicó Carlitos - Un tano por allá atrás, me dijo hace un rato que acá el que corta el bacalao, ¡Es el mismísimo barba!
- ¡No jodas boludo! ¿Denserio? - Soltó Pelusa agrandando los ojos.
- Posta, así que pone cara de huerfanito - Exclamó Carlitos con una sonrisa piadosa, girando los ojos hacia arriba y formando con sus dedos un halo por encima de su cabeza.
Seguidamente y con una actitud totalmente despreocupada y desprendida del lugar y el momento en que se hallaban, hablaron largamente de la procesión de minas que habían pasado por sus vidas, de los autos que habían tenido, comparando modelos, cilindradas y las hazañas amorosas realizadas en sus asientos de atrás. Se pelearon un rato por religión. Discutieron de fútbol. Se quejaron del calor y la humedad, y finalmente, casi terminaron a las patadas al abordar el tema de la política. Las demás almas, desde su silencio respetuoso, los miraban atónitas y quizás con un poco de envidia, por su estado de relajación absoluta ante la inminencia de su Juicio Final.
Así transcurrió todo y nada de tiempo, porque la noción mundana del mismo allí no tenía sentido. Cuando finalmente les llegó el turno, empezaron a codearse y empujarse para ver quien enfrentaba al Supremo primero. Carlitos, haciendo gala de su sobrada actitud de macho que le pone el pecho a las balas, le obsequió de costado a Pelusa la sonrisa ganadora del que maneja cualquier situación y se adelantó para enfrentar a Dios.
El Anciano, de larga cabellera y barba inmaculadamente blancas, con paciencia de milenios, bajó momentáneamente la vista y pareció revisar cuidadosamente un viejo y voluminoso registro, mientras Carlitos esperaba impaciente, parado a su lado.
“La verdad, creí que era mas alto” Penso para sí. “¡Cómo engañan las estampitas!”.
Dios levantó su vista infinitamente cansada de ver pasar tantos ladrones, asesinos, santos, prostitutas, políticos y quien sabe que más. Miró con detenimiento a Carlitos, que ya tenía preparado un discurso como para ganarse dos edenes, y sólo le preguntó:
- ¿Nacionalidad?
- ¿Qu...qué? - Preguntó a su vez el sorprendido porteño.
- Nacionalidad - Repitió Su Voz suave y a la vez omnipotente.
- Ar... Argentino - Contestó desconcertado Carlitos.
- ¿De qué parte, hijo? - Volvió a inquirir el Supremo.
- Porteño... De Buenos Aires, señor. Capital, quiero decir – Y Carlitos ya podía imaginarse acreedor de algún tratamiento especial, por ser oriundo de tan privilegiado lugar del mundo.
- Pués no puedo recibirte ahora, pichón. Quizás más adelante en tu evolución. Deberás volver a la vida en otra forma. Hmmm, déjame ver..., déjame ver... ¿Te gustan los aplausos permanentes? - Preguntó El Señor.
Carlitos se congratuló interiormente pués se notaba que Dios era buen conocedor de la calidad humana. No pudo evitar especular rápidamente sobre su futura vida. ¿Estrella de rock? ¿Famoso pintor? ¿Estadista?... Sólo atinó a contestar, ansioso:
- ¡Si..., si..., claro. Por supuesto!
- Bien, bien... Entonces está decidido. Serás mosquito. Regresa después de tu próxima vida - Sentenció El Hacedor, despachándolo sumariamente con un claro gesto de barrido con el dorso de ambas manos.
sábado, 3 de julio de 2010
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eres único!!!! que bueno!!!
ResponderEliminarGracias m'hija. Es que los porteños son un poco mandaparte...Un gran beso
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