Don Fermín se paró solemnemente frente a la cómoda del dormitorio. A pesar de conocer de memoria como debía hacerse el nudo de la corbata, era incapaz de llevarlo a cabo con éxito si no se guiaba por su propia imágen reflejada en el espejo.
Luego de completar la tarea a su plena satisfacción, pudo entonces relajar un poco su concentrada atención para reparar en el resto de la visión que el vidrio le devolvía. Nunca pudo evitar sentirse ridículo en un traje. No era su estilo de indumentaria y jamás lo sería. Aunque debía ser justo consigo mismo y reconocer que había algo de cierto en lo que sus hijas a menudo le decían, respecto a que aún era poseedor de una gran elegancia, a pesar del anticuado corte de su saco.
Pero ese no era un día para preocuparse por esos frívolos detalles. Fermín ya había tenido su cuota de muchas jornadas durísimas, entremezcladas con otras muy felices, como ésta, a lo largo de su vida como campesino en este nuevo país. Pero ese de ninguna manera era su día, sino el de su nieta Mercedes, quien sería la primera en la historia de la familia en obtener un título universitario. Y con honores.
En su fuero interno, Fermín sabía que habían hecho un buen trabajo, con su difunta querida esposa, tanto en su parcela de campo como en la crianza de sus hijos. Lograron sembrar en ellos la semilla de la dedicación al trabajo arduo para alcanzar metas importantes en sus vidas. La regaron, no sólo con palabras, pero con un notable buen ejemplo diario, y vaya si había germinado bien. Se había transformado en una saludable planta, que ahora les obsequiaba con la dulce realidad del primer fruto.
Una solitaria lágrima redonda se deslizó por su áspera mejilla al abrirse de repente la compuerta de los recuerdos en su mente. Se apuró a secarla con su pañuelo, pués no quería que nadie lo viese asi, presa de la nostalgia, en ese alegre día de celebración.
Se esforzó por espantar los fantasmas, cada vez más recurrentes, de sus pensamientos. Nada del pasado podría contaminar ese magnífico presente. Tenía que concentrarse en él, y, si era capaz, de vislumbrar un futuro seguramente brillante para su descendencia. Ensayó una amplia sonrisa y su alma se lo agradeció inmediatamente.
Miró su viejo reloj pulsera y con sorpresa vió que ya casi era la hora de partir para la ceremonia. Su hija mayor, la madre de Mercedes, lo llamaría en cualquier momento para emprender el viaje a la universidad. Entonces, sintió otra vez esa espantosa punzada en el lado izquierdo de su pecho. Se dobló por su intensidad y la inoportuna sorpresa, pero en seguida hundió la mano en uno de sus bolsillos y sacó una diminuta pastilla de nitroglicerina que puso rápidamente bajo la lengua. Unos segundos después, ya se sentía mejor.
Nadie sabía de la dolencia que lo aquejaba desde unos meses atrás. Nadie tenía porque saber. Cada uno ya tenía sus propias preocupaciones. La vida como inmigrante le enseñó a ser duro y tenaz, a tragar saliva en los momentos difíciles y seguir siempre hacia adelante.
Había comprendido desde muy temprano que una generación no era tiempo suficiente para disfrutar plenamente de lo sembrado. Eso le correspondía a los hijos y más probablemente a los nietos. El y su mujer sólo habían sido los sólidos cimientos sobre los que empezaron a construir un futuro mejor para los que vendrían, quienes tendrían a su cargo el cuidado de todo lo obtenido a puro sacrificio, pero con mejores herramientas y conocimientos, con más educación.
La nerviosa voz de su hija llamándolo desde el living, lo sacó abruptamente de sus cavilaciones. Con las palmas de las manos alisó apresuradamente sus pantalones, puso con prolijidad el pañuelo blanco en el bolsillo superior del saco, tomó su bastón y se encaminó con actitud orgullosa a compartir esa tan esperada velada de merecido festejo familiar.
La verdadera cosecha estaba por comenzar.
domingo, 18 de julio de 2010
Suscribirse a:
Enviar comentarios (Atom)
aca le ando chango dando una vuelta por tus pagos ,donde los caminos me guian a tu letras que son lo mass amigob eososos
ResponderEliminarMil gracias por tu visita Moni. Encantado de verte por aca.
ResponderEliminarMuchos besos,
Jose