jueves, 1 de julio de 2010

Volver

Miro cansinamente por la ventanilla hacia el paisaje que va pasando furtivo, a gran velocidad en la mortecina luz del atardecer. Verdes planicies, suaves lomas, algunas casas, caminos de tierra paralelos a las vías casi sin tráfico, unos niños dedicados plenamente a su juego, arboledas ralas, perros, puentes, más casas desparramadas... Todo aparece y se pierde casi al instante en la pantalla de mi amplia ventana. Imágenes que se me antojan como flashes de la vida que se pasa casi con la misma inusitada rapidez. Y que, como el tren, no se detiene.
Una ausencia de un cuarto de siglo puede ser mucho o tal vez no tanto. La apariencia de la ciudad cambia. La apariencia de las personas cambia. ¿Cambiarán también los sentimientos? ¿Cambiaron los míos?. Mientras debato estas cuestiones complejamente filosóficas en la decreciente red neuronal de mi seso de hombre maduro, me doy cuanta que estoy muy tenso y ansioso. Claro, estoy llegando al pueblo de mi destino. No sé si aún tengo el derecho de llamarlo mi pueblo, a pesar que nací y me crié en él.
Cuando el tren se detiene con un suave sacudón, bajo a la plataforma con mi mochila y mi bagaje de recuerdos. No sé cual pesa más.
Nadie sabe de mi regreso. Decido caminar un poco porque tiempo es lo que me sobra. Mi paseo por el centro no aporta mucho a mi ánimo. Todo está tan cambiado... Junto coraje y me encamino hacia el barrio de mi juventud. Mi barrio.
Frente a la casa de Nati hay un gran cartel de “Se Vende”. Quién sabe por donde andará la dulce Natalia. Sigo andando absorviendo con la vista cada pared, cada vereda y cada calle. La fachada de la casa de Juancito está tal cual la recordara, pero muy deteriorada. Sabía que él había perdido su trabajo tiempo atrás.
Ahora voy llegando a la esquina donde vivía Ana María, mi primera novia. Como se está poniendo oscuro rápidamente, me quedo contemplándola desde la vereda de enfrente, bajo la sombra protectora del añoso paraíso. Los postigos de la ventana en la planta superior están abiertos y puedo ver una figura a contraluz. No puedo distinguir la cara, pero sí escucho la voz. Es ella. Está discutiendo con su marido. Su timbre tan alegre y vivaz parece apagado, resignado. Se nota que está muy enojada, quizás harta de estar enojada...
Sigo mis pasos cada vez más lentos hasta el frente de la casa en que nací. El pequeño chalet con hermoso jardín al frente ya no existía más que en mi memoria y alguna que otra foto en blanco y negro. Ahora era una casa de dos plantas. Sin jardín pero con un amplio garage.
No me animo a tocar a ninguna puerta. No estoy para nada seguro del resultado. Me doy cuenta que tengo mucho miedo a lo que puedo llegar a encontrar. Después de todo no hace falta más que asomarse a cualquier espejo. Lástima que aún no se hayan inventado espejos para el alma.
No me parece que lo mío sea cobardía. Más bien diría yo miedo a la decepción. Al aniquilamiento definitivo de un hermoso pasado archivado como gratos y preciados recuerdos.¿Será por mi posible decepción hacia los demás o de los demás hacia mí? Otro lindo tema a debatir en el viaje que me alejará de allí para siempre, donde ya no pertenezco. Al final, no voy a necesitar el modesto equipaje que llevo en mi mochila. Ahora sí que apuro el paso. Mi tren de vuelta sale en apenas media hora.

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4 comentarios:

  1. la vida cambia el mundo cambia no se si con un dejo de tristeza pero si con la pena de lo que se deja atras..hermosos escrito amigo beosososos

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  2. Gracias Moni. Es por eso que el pasado, por mas lindo que haya sido, es solo pasado y la vida es dinamica pura, siempre para adelante nunca hacia atras. Beso grandote

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  3. ni cobardía ni miedo... sensibilidad!
    un placer de nuevo encontrar tus letras amigo! ML

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  4. Y para mi, un placer contarte entre mis lectores favoritos. Abrazo,
    Jose

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